lunes, abril 02, 2007

Historia de un amor

Esta no es una de esas historias de príncipes azules y princesas,
es la historia de como se puede materializar el amor…


Juliana miraba por última vez su Luna antes de descansar tranquilamente.
.
Desde niña gustaba de hablar con la luna y cuando esta no estaba en el firmamento preguntaba a las estrellas si su confidente tardaría en aparecer.
.
Había noches en las cuales la esperaba pacientemente hasta el amanecer, hablar con la luna era casi un ritual antes de dormir, todo esto era así desde que se prometió confiar sus secretos solamente a esa amiga que la acompañaba todas las noches incondicionalmente.

Cuando conoció a Roberto a los 10 años, soñaba que era una de esas princesas de los cuentos y que este encantador y risueño niño era su príncipe en un reino sin dragones ni castillos; esto duró hasta que tuvo su primera decepción amorosa: cuando la familia de él se mudó a otra ciudad. Desde entonces aprendió a hablar a la luna, confiaba en que esta "Celestina" supiera llevar esos inocentes suspiros de niña enamorada a su destino.

Luego de los 15, Juliana había superado perfectamente la perdida de Roberto. Era una mujer muy inteligente y hermosa, pero un poco desconfiada y algo descuidada de su salud, todos decían que siempre estaba en la luna, sin saber que tenían toda la razón...

Sentada en su balcón antes de dormir, se preguntaba muchas veces cuál era el amor verdadero y, si esa clase de amor que le habían mostrado desde niña en las historias fantásticas donde hablan de príncipes y princesas era tan perfecto; de tanto preguntárselo llegó un momento en el que comprendió que estas sólo eran historias de esas que cuentan los abuelos para dormir a los niños y que realmente no aprendería nada del amor por medio de ellas. Por esta razón decidió salir de su caparazón de niña tímida, sin embargo, ella seguía hablando con su amiga luna en esas noches solitarias.

Cada noche le pedía consejos a la luna para atraer a su lado el verdadero amor, mientras le describía con sumo detalle esas pequeñas cosas que en el fondo de su corazón anhelaba convertir en realidad; siempre hacía énfasis en la sonrisa y en la mirada del elegido, era algo que no podía darse el lujo de olvidar describir; si alguien pretendía acercarse a Juliana, ya sea como pretendiente o motivado por el simple deseo de mantener una amistad tendría primero que estar seguro de que su mirada y su sonrisa debían ser sinceras así como la pureza de su corazón; esto era porque había sido decepcionada varias veces y aún así, no disminuía el interés de nuestra heroína por encontrar el verdadero amor.

Para Juliana lograr definir y sentir la fuerza del amor desinteresado y real en su vida, era lo más parecido al Santo Grial para los caballeros de la mesa redonda del Rey Arturo. Cada día buscaba en los libros de psicología, ciencia en la que se había especializado, descubrir porque eso que algunos llamaban amor era tan grande. Ella no alcanzaba a comprender como podía algo intangible, frágil e invisible motivar y perfeccionar a la humanidad. Ella quería ser parte de esta mágica fuerza y por esta razón no se cansaba de buscar, de probar, de conocer, de analizar; este era el único fin de su vida, sentir esa mágica fuerza desinteresada de la que tanto hablan los poetas en sus sonetos...

Roberto, ya era un hombre en todo el sentido de la palabra, era alguien con una presencia especial, un hombre carismático, amable, caballeroso cuya sonrisa era diferente a la que cualquier mujer pudiera haber visto antes, y que si había sido vista en otro hombre, por alguna mujer, el mismo Roberto se encargaba de opacar ese recuerdo. Su sonrisa al igual que su mirada eran un poco infantiles, más por la inocencia que proyectaba, que por la misma picardía de su mirada.

Roberto volvió a la ciudad, reconoció a Juliana en un café y hablaron de muchas cosas; ninguno se había enamorado otra vez, cosa curiosa, pero es bien sabido que en el corazón nadie manda.
.
Esa tarde ambos revivieron recuerdos, sonrisas y al caer la noche por fin revivió un sentimiento... Todo era cálido en el frío aire de la ciudad, los ojos de Roberto no podían despegarse de la transformada Juliana mientras pensaba en la sorprendente forma en la que cambian las personas luego de tantos años. Para la racional Juliana, el sentir que había algo más que no podía descifrar era por momentos algo asfixiante. Por otra parte, era tan inesperado aquel casual encuentro...
.
Luego de haberse enterado Roberto que Juliana no vivía más allí, había decido especializarse en otro país.
.
La mujer que tenía en frente era tan diferente a lo que él recordaba de la dulce, natural y soñadora Juliana.
.
Roberto no se cansaba de admirarla, era tan mágica aquella mujer casi inalcanzable y no podía comprender como de aquellos labios salían notas armónicas y dulces que alimentaban su corazón, la voz de Juliana era como una droga para el corazón de Roberto, y a cada instante él quería más, escuchar, ver, tocar más, quería asegurarse de que ella sintiera la diversidad de emociones y sensaciones que despertaba en su corazón ese día.


Juliana, por primera vez había sido feliz en mucho tiempo; su racionalidad estaba de paseo y ella aprovecharía el momento, quería disfrutar de ese nuevo sentimiento que estaba descubriendo. Así fue como ocurrió, él la amó toda la noche, no concebía límites para ese amor, ella le entregó su cuerpo desnudo y virgen de aquel sentimiento. Toda la noche danzaron, toda la noche se amaron, fundían sus pieles de forma tan perfecta y armónicamente creando un ser poético lleno de amor y pasión. Todo era perfecto hasta la mañana siguiente cuando ambos recordaron cuánto le temían al amor.
.

Roberto estaba decidido a vivir todo por su amada, Juliana en cambio sentía que faltaba algo más...

Las dudas asaltaron nuevamente a Juliana haciendo que volviera a la racionalidad que la caracterizaba. Roberto desconoció a esa mujer con mirada fría que había despertado a su lado esa mañana, él sentía cómo su corazón estaba siendo desgarrado sin pronunciar palabra alguna y decidió que esa nueva mujer que había despertado a su lado no era con quien quería compartir el resto de su vida, tristemente renunciaría a ese sueño egoísta por el bien de los dos.

Para nadie era un secreto que se amaban, por algo aceptaron con total alegría aquel regalo que les fue enviado con mucho amor…

La bella y frágil Juliana día a día sentía como su cuerpo le pasaba factura por el poco cuidado que había tenido consigo misma, se lamentaba tanto de sus descuidos, sus insomnios y sus excesos; lo peor fue cuando el doctor aconsejó que por el bien de su vida debía dar muerte a la pequeña criatura que estaba creciendo en su interior. Fue entonces en ese momento cuando Juliana comprendió esa clase de amor incondicional de la que tanto hablaban los poetas en sus sonetos, el amor que todo lo da y nada espera, el amor para el que no existen sacrificios ni exigencias...

Entre los cuidados a Juliana, la decoración del cuarto del bebé y otros pequeños detalles transcurrieron los meses más felices entre ambos, estaban llenos de un mutuo amor incondicional que se veía reflejado en la devoción a todo lo concerniente al bebé. Juliana y Roberto querían que todo fuera perfecto, querían que ese ser que materializó su amor tuviera toda la dicha que ellos pudieran brindarle...

Luego de varios meses en una sala de hospital, Juliana le pedía perdón a Roberto por haber sido tan cobarde y no haber vívido al máximo su relación desde un principio; al mismo tiempo le agradecía por haberle permitido sentir y conocer eso que muchos llamaban amor, eso que ella quería llamar igual que el hada madrina de su propio cuento.

Juliana murió feliz luego de dar a luz una hermosa niña llamada Luna, tenía la mirada y la sonrisa de su padre, pero dentro de sí, estaba todo el amor de su madre, todas esas bellas cosas que Roberto siempre amó de Juliana y a las que juró cuidar y proteger desde ese día.




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lunes, abril 02, 2007

Historia de un amor


Esta no es una de esas historias de príncipes azules y princesas,
es la historia de como se puede materializar el amor…


Juliana miraba por última vez su Luna antes de descansar tranquilamente.
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Desde niña gustaba de hablar con la luna y cuando esta no estaba en el firmamento preguntaba a las estrellas si su confidente tardaría en aparecer.
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Había noches en las cuales la esperaba pacientemente hasta el amanecer, hablar con la luna era casi un ritual antes de dormir, todo esto era así desde que se prometió confiar sus secretos solamente a esa amiga que la acompañaba todas las noches incondicionalmente.

Cuando conoció a Roberto a los 10 años, soñaba que era una de esas princesas de los cuentos y que este encantador y risueño niño era su príncipe en un reino sin dragones ni castillos; esto duró hasta que tuvo su primera decepción amorosa: cuando la familia de él se mudó a otra ciudad. Desde entonces aprendió a hablar a la luna, confiaba en que esta "Celestina" supiera llevar esos inocentes suspiros de niña enamorada a su destino.

Luego de los 15, Juliana había superado perfectamente la perdida de Roberto. Era una mujer muy inteligente y hermosa, pero un poco desconfiada y algo descuidada de su salud, todos decían que siempre estaba en la luna, sin saber que tenían toda la razón...

Sentada en su balcón antes de dormir, se preguntaba muchas veces cuál era el amor verdadero y, si esa clase de amor que le habían mostrado desde niña en las historias fantásticas donde hablan de príncipes y princesas era tan perfecto; de tanto preguntárselo llegó un momento en el que comprendió que estas sólo eran historias de esas que cuentan los abuelos para dormir a los niños y que realmente no aprendería nada del amor por medio de ellas. Por esta razón decidió salir de su caparazón de niña tímida, sin embargo, ella seguía hablando con su amiga luna en esas noches solitarias.

Cada noche le pedía consejos a la luna para atraer a su lado el verdadero amor, mientras le describía con sumo detalle esas pequeñas cosas que en el fondo de su corazón anhelaba convertir en realidad; siempre hacía énfasis en la sonrisa y en la mirada del elegido, era algo que no podía darse el lujo de olvidar describir; si alguien pretendía acercarse a Juliana, ya sea como pretendiente o motivado por el simple deseo de mantener una amistad tendría primero que estar seguro de que su mirada y su sonrisa debían ser sinceras así como la pureza de su corazón; esto era porque había sido decepcionada varias veces y aún así, no disminuía el interés de nuestra heroína por encontrar el verdadero amor.

Para Juliana lograr definir y sentir la fuerza del amor desinteresado y real en su vida, era lo más parecido al Santo Grial para los caballeros de la mesa redonda del Rey Arturo. Cada día buscaba en los libros de psicología, ciencia en la que se había especializado, descubrir porque eso que algunos llamaban amor era tan grande. Ella no alcanzaba a comprender como podía algo intangible, frágil e invisible motivar y perfeccionar a la humanidad. Ella quería ser parte de esta mágica fuerza y por esta razón no se cansaba de buscar, de probar, de conocer, de analizar; este era el único fin de su vida, sentir esa mágica fuerza desinteresada de la que tanto hablan los poetas en sus sonetos...

Roberto, ya era un hombre en todo el sentido de la palabra, era alguien con una presencia especial, un hombre carismático, amable, caballeroso cuya sonrisa era diferente a la que cualquier mujer pudiera haber visto antes, y que si había sido vista en otro hombre, por alguna mujer, el mismo Roberto se encargaba de opacar ese recuerdo. Su sonrisa al igual que su mirada eran un poco infantiles, más por la inocencia que proyectaba, que por la misma picardía de su mirada.

Roberto volvió a la ciudad, reconoció a Juliana en un café y hablaron de muchas cosas; ninguno se había enamorado otra vez, cosa curiosa, pero es bien sabido que en el corazón nadie manda.
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Esa tarde ambos revivieron recuerdos, sonrisas y al caer la noche por fin revivió un sentimiento... Todo era cálido en el frío aire de la ciudad, los ojos de Roberto no podían despegarse de la transformada Juliana mientras pensaba en la sorprendente forma en la que cambian las personas luego de tantos años. Para la racional Juliana, el sentir que había algo más que no podía descifrar era por momentos algo asfixiante. Por otra parte, era tan inesperado aquel casual encuentro...
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Luego de haberse enterado Roberto que Juliana no vivía más allí, había decido especializarse en otro país.
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La mujer que tenía en frente era tan diferente a lo que él recordaba de la dulce, natural y soñadora Juliana.
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Roberto no se cansaba de admirarla, era tan mágica aquella mujer casi inalcanzable y no podía comprender como de aquellos labios salían notas armónicas y dulces que alimentaban su corazón, la voz de Juliana era como una droga para el corazón de Roberto, y a cada instante él quería más, escuchar, ver, tocar más, quería asegurarse de que ella sintiera la diversidad de emociones y sensaciones que despertaba en su corazón ese día.


Juliana, por primera vez había sido feliz en mucho tiempo; su racionalidad estaba de paseo y ella aprovecharía el momento, quería disfrutar de ese nuevo sentimiento que estaba descubriendo. Así fue como ocurrió, él la amó toda la noche, no concebía límites para ese amor, ella le entregó su cuerpo desnudo y virgen de aquel sentimiento. Toda la noche danzaron, toda la noche se amaron, fundían sus pieles de forma tan perfecta y armónicamente creando un ser poético lleno de amor y pasión. Todo era perfecto hasta la mañana siguiente cuando ambos recordaron cuánto le temían al amor.
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Roberto estaba decidido a vivir todo por su amada, Juliana en cambio sentía que faltaba algo más...

Las dudas asaltaron nuevamente a Juliana haciendo que volviera a la racionalidad que la caracterizaba. Roberto desconoció a esa mujer con mirada fría que había despertado a su lado esa mañana, él sentía cómo su corazón estaba siendo desgarrado sin pronunciar palabra alguna y decidió que esa nueva mujer que había despertado a su lado no era con quien quería compartir el resto de su vida, tristemente renunciaría a ese sueño egoísta por el bien de los dos.

Para nadie era un secreto que se amaban, por algo aceptaron con total alegría aquel regalo que les fue enviado con mucho amor…

La bella y frágil Juliana día a día sentía como su cuerpo le pasaba factura por el poco cuidado que había tenido consigo misma, se lamentaba tanto de sus descuidos, sus insomnios y sus excesos; lo peor fue cuando el doctor aconsejó que por el bien de su vida debía dar muerte a la pequeña criatura que estaba creciendo en su interior. Fue entonces en ese momento cuando Juliana comprendió esa clase de amor incondicional de la que tanto hablaban los poetas en sus sonetos, el amor que todo lo da y nada espera, el amor para el que no existen sacrificios ni exigencias...

Entre los cuidados a Juliana, la decoración del cuarto del bebé y otros pequeños detalles transcurrieron los meses más felices entre ambos, estaban llenos de un mutuo amor incondicional que se veía reflejado en la devoción a todo lo concerniente al bebé. Juliana y Roberto querían que todo fuera perfecto, querían que ese ser que materializó su amor tuviera toda la dicha que ellos pudieran brindarle...

Luego de varios meses en una sala de hospital, Juliana le pedía perdón a Roberto por haber sido tan cobarde y no haber vívido al máximo su relación desde un principio; al mismo tiempo le agradecía por haberle permitido sentir y conocer eso que muchos llamaban amor, eso que ella quería llamar igual que el hada madrina de su propio cuento.

Juliana murió feliz luego de dar a luz una hermosa niña llamada Luna, tenía la mirada y la sonrisa de su padre, pero dentro de sí, estaba todo el amor de su madre, todas esas bellas cosas que Roberto siempre amó de Juliana y a las que juró cuidar y proteger desde ese día.




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"Ni puedo ajustarme a un modelo, ni ser modelo para nadie; pero puedo eso sí, formar mi propia vida a mí manera y esto es lo que voy a hacer, cualquiera que sea el resultado. No represento ningún principio, sino algo más maravilloso, algo que uno lleva dentro, algo vivo, cálido, que grita de alegría y que pugna por salir"
Lou Andreas Salomé

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